Vinicius, espinoso tema. Jugador inmenso y rebelde con causa, empobrece su excelencia sobre el campo y su lucha fuera de él por pautas de conducta que no corrige. En Riad nos dejó una declaración esperanzadora: “A veces hablo demasiado o hago regates que no debo hacer, pero estoy aquí para mejorar. Ancelotti y mis compañeros me están enseñando”. Pero en el Metropolitano recayó. Le sacaron de sus casillas y se enredó en zaragatas.
Cierto que de nuevo había sufrido a la llegada al campo insultos intolerables. Supongo que es difícil resignarse a ello, pero yo le explicaría que esa batalla la tiene, a la larga, ganada. Desde que en Mestalla señaló con el índice a aquel que desde el anonimato de la grada hacía gestos de mono puso en marcha una rueda que ya no va a parar.
Su gesto corrió por todo el mundo y nos colocó en el disparadero como país racista. Si lo somos o no es algo que se discute. De todo hay en la viña del Señor, desde luego, pero en todo caso podemos decir que si no somos racistas al menos sí somos tolerantes con el racismo, como bien ha podido comprobar Javier Tebas con sus insistentes denuncias, la mayoría de ellas con Vinicius como ofendido. Ni siquiera el mismísimo Madrid se sumó a ellas, porque su fobia a Tebas pudo con el interés de amparar a su jugador. Sólo se movilizó tras el índice en Mestalla y la consiguiente reacción internacional. Entonces, sí. Entonces le organizó un desagravio consistente en exhibirlo en el palco rodeado de señores blancos encorbatados poniendo cara de solidarios.
También al instante aparecieron, como por ensalmo, los hinchas del Frente Atlético que semana atrás habían colgado su muñeco de un puente. Ni a jueces ni a árbitros, ni siquiera a los vecinos del que emita insultos racistas les será ya fácil mirar para otro lado. Eso tenemos que agradecerle, pero es difícil mirarle como un Tommy Smith 2.0 mientras siga portándose como un chiquillo. A un jugador descomunal como él hay pocas formas de pararle y en su caso la más eficaz es despistarle de su tarea. El defensa lo tiene fácil y además tiene la ayuda de su banquillo, ya que se mueve por la banda. Él cae una y otra vez en la trampa, se encoleriza, pierde la concentración, discute con el banquillo, con el árbitro, con el linier. Se ofusca, deja de jugar y se lleva tarjetas.
Me dirán que le pegan. Claro que sí, y más que a otros, porque es de los mejores. Les ha pasado siempre a los delanteros y les pasará. Les ha pasado y les pasará a muchos delanteros del Madrid, donde casi todos han sido, son y serán buenos, pero para eso está el árbitro y si te falla o crees que te falla la solución no es perder la cabeza. Llevo viendo en el Madrid delanteros golpeadísimos desde Amancio, sesenta años atrás. Ninguno se distrajo tanto ni perdió tantas energías en discusiones con banquillos rivales, donde ahora siempre hay ocho para chincharle.
El Madrid perdió ante el Atlético por un golazo de Griezmann, al que Vinicius perseguía. Le pudo haber derribado antes de llegar al área, como hacen con frecuencia con él, pero arrastraba una tarjeta por darle la brasa al árbitro a cuenta de los recogepelotas. Una tarjeta gratis. Él no está para esas cosas. Para eso están el capitán o el entrenador.
Ancelotti le aconseja bien. Los compañeros le aconsejan bien. La pelea contra el racismo la tiene bien encaminada y puede estar seguro de que se le reconocerá ese mérito. Los que no le hacen ningún bien son los que le ayudan a sentirse víctima, porque le inducen a mantener vivo el círculo vicioso: me insultan y me pegan, luego meto la pata; meto la pata, luego me pegan y me insultan…
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